Las caras del mal
“Nada ha contribuido tanto a velar la naturaleza del Mal como la opinión de que el Mal solamente existe en un rincón del alma humana”. Alfred Schutze.
Llevamos siglos hablando del Mal; lo hemos exprimido una y otra vez hasta sacar de él apenas cuatro gotas de su esencia y utilizarla incansablemente. Hemos usado el Mal para crear arte, para dar vida a las más bellas y horribles criaturas, para justificarnos, para aprender, para estigmatizar, para liberarnos y para esclavizarnos. Lo hemos mirado de reojo, de frente, lo hemos estudiado y conceptualizado hasta convertirlo en pura abstracción. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, el Mal es “lo contrario al Bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto”. Pobre definición para un “concepto” de sentido tan profundo y que lleva ocupándonos desde que el ser humano cobró conciencia de sí mismo y recibió por primera vez el don de la libertad, el don de la elección. Pero vayamos por partes.
El Mal no es un concepto vago ni una creación de nuestra imaginación, es tan real como nosotros mismos y vive con nosotros, tanto dentro como fuera de nuestro cuerpo y de nuestra alma; desde el momento en que los ojos de nuestra conciencia se abrieron y caímos al mundo de los sentidos, el Mal es nuestro compañero de viaje. Conviene pues conocerlo un poco mejor.
Impulsos opuestos y complementarios
Antiguamente los seres espirituales podían ser “vistos” por los humanos de forma natural; de ahí arrancan las narraciones mitológicas, las leyendas y otras historias plagadas de seres que nos parecen fantásticos, imposibles y de cuya existencia reniega nuestra ceguera espiritual. Hoy en día no poseemos esa clarividencia involuntaria, aunque es posible recuperarla con un arduo y prolongado trabajo consciente y voluntario. Si pudiéramos contemplarlos, veríamos que estos seres espirituales se encuentran en una evolución constante.
Pero existen entre ellos dos grupos, los llamados “seres luciféricos” y los “seres ahrimánicos”, que quedaron retrasados en su evolución ya que avanzaban a un ritmo más lento, provocando un desequilibrio de fuerzas. Estos seres continúan ejerciendo su influjo sobre nosotros, un impulso antes justificado y positivo como el del resto de las jerarquías celestiales pero que, debido a su retraso, se ha convertido en algo anacrónico y perjudicial. Estos seres están encabezados por Lucifer y Ahrimán respectivamente.
Lucifer encarna el impulso ascendente, cálido, que lleva al ser humano a huir de la materia; inspira agitación, pasiones, emociones desbordadas que pueden llegar al fanatismo, incita a la subjetividad y la imaginación, a la suposición y nos lleva a ir más allá de la realidad, a huir del mundo material. Ahrimán es el polo opuesto y encarna el impulso descendente, frío, que conduce al ser humano hacia la materia como única realidad, despreciando el mundo del espíritu; los seres ahrimánicos inspiran la intelectualidad, la falta de individualidad, el pensamiento abstracto y calculador, el mecanicismo y la falta de libertad y conciencia.
Cada uno de estos seres tiene su predominio en una época determinada. Lucifer es un ser del medievo, a pesar de que experimentó su primera y única encarnación humana en el Tercer Milenio a. C. (China) y de que en el presente continua ejerciendo su influencia sobre el ser humano. Ahrimán es relativamente reciente y su predominio se da en nuestra época, es decir, el Tercer Milenio d. C.; según Rudolf Steiner y Bernard Lievegoed entre otros, Ahrimán debería encarnar por primera y única vez en cuerpo humano a principios del siglo XXI, probablemente en EEUU, zona que favorece los impulsos ahrimánicos por múltiples motivos que no expondremos aquí ya que nos desviaría del tema central. No obstante este ser viene ejerciendo su influjo desde el siglo XIX, época en que surge el pensamiento materialista.
Tanto Lucifer como Ahrimán han propiciado la aparición de facultades positivas en la historia del ser humano, como el impulso luciférico de independencia y de rebelión, la fantasía y la expresión artística (no hay que olvidar que Prometeo –con quien Lucifer se identifica en la mitología clásica– entregó a los hombres el fuego y las artes), la conciencia del yo (simbolizada por el fuego) y la capacidad de discernimiento; hasta la percepción sensorial tal y como la ejercemos es la resultante de la acción de Lucifer. En cuanto a Ahrimán, nos ha dado la lógica y las matemáticas, el desarrollo de la Ciencia y de la Técnica.
Gracias a la acción de estos seres el ser humano se ha elevado por encima de su antiguo estado de puerilidad y ha logrado colocarse en el camino hacia la libertad a través de su capacidad de elección, posibilitando así su evolución y el consiguiente cumplimiento de su destino. Solo poseemos libertad si podemos elegir, y somos libres de escoger entre el Bien y el Mal, lo que significa que nos encontramos ante el reto más importante de nuestra evolución. Cuanto mayor es la tentación, mayor es la responsabilidad que tenemos ante nuestra propia caída o superación. Esto nos convierte en los únicos responsables de nuestro futuro, de nuestro destino.
El término medio
¿Y cómo elegir entre dos tendencias del Mal que no parecen a simple vista ser tan negativas? Tanto el impulso luciférico como el ahrimánico no son malos en sí mismos, sólo son perjudiciales si nos dejamos llevar hacia un extremo o hacia el otro, desequilibrándonos y perdiendo la conciencia, que debería estar siempre vigilante. El término medio es el lugar que debe conquistar el ser humano, ese lugar donde se equilibran las dos tendencias; sólo así conseguiremos trascender el estado de “ser humano” y llevar a cabo nuestra evolución, liberando a estos seres luciféricos y ahrimánicos e insertándolos de nuevo en el orden cósmico.
Si no conseguimos esto, quedaremos atrapados en la materialidad, incapaces de continuar nuestra evolución. Lucifer y Ahrimán trabajan en la eliminación del Yo y de la conciencia humana, con lo que perderemos la individualidad y seremos seres puramente materiales, dormidos y obedientes, sumidos en la oscuridad.
Al borde del escalón de la evolución
En este momento decisivo en el que los seres humanos nos encontramos al borde del siguiente escalón de nuestra evolución, contamos con el recurso de nuestra conciencia, que no debe adormilarse ni por un instante, y del compromiso individual para con nuestra propia evolución espiritual. El amor es otra de nuestras armas, en cuanto que nos aporta luz y nos acerca a las jerarquías espirituales, que obran a nuestro favor. El Mal es necesario para la evolución, pero está en nuestras manos el reconocerlo y rechazarlo para hacer posible ese paso adelante, y dentro de cada uno de nosotros está la luz que nos permite vislumbrar el camino hacia el origen.