Cristales: energías de conexión
Desde que el ser humano fue consciente de su entorno los cristales han estado ahí y han despertado el interés y la fascinación en las personas, desde el principio de los tiempos se los ha usado de distinta forma y con diversos fines; la importancia y el sentido que nuestros antepasados han otorgado a las piedras y gemas a lo largo de la Historia va desde lo mágico a lo puramente físico, pasando por lo curativo, lo técnico, decorativo y trascendental.
Mencionar que la historia del uso de los cristales arranca desde el principio de los tiempos es decir que ésta comienza antes incluso que nuestra Historia como tal, de un tiempo pretérito anterior a los primeros documentos escritos, una época en la que los seres humanos se hallaban más estrechamente conectados con las fuerzas de la Naturaleza, con la tierra y el cielo. De hecho hemos de ir tan atrás que existen teorías sobre el uso de cristales en la desaparecida Atlántida; se cuenta que los videntes de esta tierra mítica colocaban gemas en los templos para formar campos energéticos curativos y que eran capaces de almacenar sus conocimientos en cristales.
Pero al margen de los mitos y leyendas de continentes perdidos en la noche de los tiempos, existen teorías arqueológicas modernas que, basándose en los restos encontrados en yacimientos, apuntan al uso de cristales como método de curación ya en el Paleolítico. La figura del chamán se encargaba, en la Edad de Piedra, de las ceremonias rituales para invocar a los dioses, así como de curar las enfermedades de su pueblo, gracias a su conexión con las fuerzas de la Naturaleza y su contacto con los dioses. En distintas partes del mundo, desde Australia hasta América, se han encontrado evidencias de que estos chamanes usaban piedras en sus ceremonias para la curación; la Malaquita, por ejemplo, se usaba para las afecciones cerebrales, como muestra el hallazgo de esta piedra en diversas tumbas de sujetos que al parecer estuvieron aquejados de estos males.
Los antiguos egipcios consideraban el Lapislázuli como la llave de acceso a la mente, lugar donde creían reside el alma; así, mezclaban polvo de esta piedra con polvo de oro y lo esparcían por la parte alta de la cabeza para preservar el alma del ataque de espíritus maléficos. Los pueblos mayas diagnosticaban y curaban con cristales, y usaban grandes trozos de cuarzo en las ceremonias importantes con objeto de vislumbrar el porvenir. Los hierofantes griegos contaban con la Crisoprasa y el Lapislázuli como piedras predilectas, y los antiguos asirios usaban profusamente este último, además del Cristal de Roca y el Jaspe Verde; respecto a este pueblo existía una costumbre babilónica de llevar un sello de forma cilíndrica con gemas como amuleto protector. Entre los celtas era muy popular el Cuarzo Ahumado, que se usaba como sedante y ha aparecido en numerosos enterramientos, y se piensa que sus druidas usaban el Cuarzo Claro para alejar a los demonios.
Pero no solo las tribus primitivas y pueblos antiguos se beneficiaron del uso de los cristales, en la Edad Media las coronas de los reyes se adornaban con gemas y piedras preciosas, no solo como símbolo de prestigio y para ostentar su poder sino también como forma de protección y obtención de sabiduría en la toma de decisiones. En esta época las piedras pulverizadas se mezclaban con agua o vino para tratar diarreas, gota, disentería y cólicos renales entre otras dolencias. En siglos posteriores se han considerado algunos cristales, como el Diamante, benéficos para el estado de embarazo (siglo XV) o para asegurar prosperidad eterna (siglo XVII), evolucionando la visión y el uso que se hacía de ellos con el trascurrir de los tiempos.
Existen testimonios escritos a lo largo de la Historia que han intentado explicar el poder de las piedras y el misterio o la ciencia de su uso, desde Teofrasto (discípulo de Aristóteles) en el 300 a.C. con su obra “Acerca de las piedras”, hasta Georgius Agricola en 1546 con su “De Natura Fossilum” y su exhaustiva clasificación de minerales, pasando por la “Enciclopedia” de Plinio el Viejo en el 79 d.C, por la compilación de propiedades de los cristales de Alberto Magno en 1270 o por la propia Biblia, donde se mencionan las doce piedras de Aaron que representan a las tribus de Israel.
Ya en el siglo XX los estudios en este campo se han hecho más técnicos y los avances en el conocimiento de la energía de los cristales han permitido su uso en la industria electrónica entre otras aplicaciones. Pero nunca se han dejado de usar tanto como adorno como por sus propiedades energéticas y también por la creencia en su poder debido a la carga mítica que para bien o para mal llevan asociada.
Sea como fuera, el poder y las facultades que en cada época el ser humano les ha otorgado o ha considerado que poseían, los cristales desprenden una energía comprobada y una vibración particular que podemos usar, su energía y la nuestra pueden funcionar conjunta y armoniosamente no para obrar milagros o provocar curaciones instantáneas, sino para mejorar nuestra vida de formas diversas, entre ellas dejando que su energía positiva y sus vibraciones nos acompañen y guíen en nuestro camino de evolución.