Jerarquías Celestiales
Guías en el camino hacia nuestros destinos
A lo largo de las distintas épocas y en cada civilización se les ha mencionado de una u otra forma; todas las religiones se han referido a ellos y siguen hablando de seres elevados de inteligencia y poderes superiores a los del ser humano. A lo largo de la Historia de la Humanidad se les ha tomado, unas veces, por símbolos que representaban distintos aspectos de un ser supremo, otras veces por elementos usados por los hombres para explicar cuestiones trascendentales, pero la Antroposofía nos revela la realidad de su existencia y nos los presenta como los seres reales que son y que siempre han estado entre nosotros, influyendo en nuestras vidas y guiándonos hacia nuestros destinos.
Normalmente no somos capaces de captarlos y tampoco podemos explicarlos de forma sencilla, pero sí nos es posible acercarnos un poco a la comprensión de estos seres. Para hacerlo nos valemos aquí de la amplia y valiosa información que de ellos nos dejó Rudolf Steiner, fruto de sus múltiples investigaciones sobre las Jerarquías Celestiales y su influencia en nuestro mundo. A veces, el ser humano se libera de esta influencia y actúa de forma totalmente autónoma; es lo que llamamos “libre albedrío”.
Quiénes son
Pero veamos primero algo acerca de los distintos seres que pueblan los mundos espirituales. Aunque se encuentran en continua evolución, podemos hablar de ciertas características que nos ayudarán a comprender su actuación en nuestro mundo y en nuestras vidas.
Los ángeles son quizá los más conocidos, tal vez por ser en realidad los más cercanos a nosotros. También llamados “angeloi”, “hijos de la vida”, “espíritus del crepúsculo” o “espíritus de la media luz”, tienen como cuerpo más bajo el etérico –motivo por el que no nos es posible percibirlos a través de nuestros sentidos físicos–. Ellos son los encargados de unir al ser humano con los mundos superiores y de guiarnos a través de las encarnaciones; esto último es posible debido a que cada uno de nosotros es custodiado por un ángel, que se encarga de guiarle hacia su destino a lo largo de las sucesivas vidas. Es lo que se ha dado en llamar “Ángel de la Guarda”, que en realidad no es otro que nuestro guía y custodio personal.
Los ángeles, junto con los arcángeles y los principados, forman la tercera jerarquía, la más cercana a los seres humanos.
Los arcángeles, también llamados “archangeloi” o “espíritus del fuego”, están dedicados a los pueblos u otras agrupaciones de humanos, de manera que hacen nacer el espíritu de una comunidad y determinan las características étnicas de los grupos humanos.
Los arcai, o principados, son entidades de la personalidad y líderes de una época, lo que hace fácil llegar al entendimiento del papel que éstos desempeñan en cuanto a propiciar los impulsos en la Historia de la Humanidad.
La segunda jerarquía está formada por potestades, virtudes y dominaciones o, lo que es lo mismo, exusiai, dinamis y kiriotetes. Los primeros son los espíritus de la forma además de ser quienes nos dieron nuestro Yo; los dinamis son seres del movimiento, regentes de los ritmos de la vida; los kiriotetes, por su parte, son los ángeles de la sabiduría y encarnan todo lo que porta sabiduría verdadera, como pueden ser las formas armónicas, los principios cósmicos, etc…
La primera jerarquía, la más alejada de nosotros, es la más elevada y difícil de aprehender por los seres humanos. La forman tronos, serafines y querubines. Los tronos son entidades de la voluntad y portan la voluntad divina como impulso del universo. Los últimos escapan a nuestro análisis por su grado de evolución y pureza; rigen los impulsos más puros de Amor, Caridad y elevación del alma, y en el Antiguo Testamento los encontramos citados como visiones de los profetas.
Los seres de la tercera jerarquía encarnan en algunos elementos, aunque no nos es posible percibirlos porque se encuentran en constante movimiento, cambio y evolución. Por ejemplo, los ángeles pueden encarnar en formas acuáticas, especialmente las volatilizadas en la atmósfera; los arcángeles viven en el aire, donde sólo el vidente puede captar su presencia; los arcai en el calor y los exusiai en la luz y en las formas ya que son espíritus de la forma.
Cómo obran en nuestra vida
Veamos ahora un poco más de cerca cómo y cuándo actúa en nuestras vidas cada una de las jerarquías que hemos presentado. Los reinos de las jerarquías celestiales están presentes en nosotros –nos hace saber Steiner– al igual que lo están los reinos mineral, vegetal y animal.
Estos seres actúan tras el telón de la conciencia común, lo que hace que no los percibamos conscientemente ni tengamos constancia de su obrar en cuanto a nuestra capacidad sensoria se refiere; esto es, ellos no se encuentran en el mundo físico y por tanto no actúan directamente sobre él. Pero veamos mejor cómo influyen a lo largo de nuestra vida.
Las distintas jerarquías se reparten a lo largo de los periodos de nuestra existencia mortal; en los primeros años de nuestra vida somos guiados por los seres de la tercera jerarquía, más tarde nos acompañan los de la segunda y después nos hallamos bajo la protección de la primera, es decir, los seres más elevados. Aunque este reparto en realidad no es tan simple.
Desde que nacemos hasta aproximadamente los veintiún años, los seres de la tercera jerarquía –es decir, ángeles, arcángeles y principados– nos quían por la difícil senda del aprendizaje en un mundo nuevo al que llegamos prácticamente desnudos, desprovistos de herramientas con las que afrontar la vida y desorientados tras nuestro último viaje. Estos seres angélicos actúan sobre nuestra vida anímica, tan determinante en esta fase de nuestro desarrollo, nos ayudan en la formación del organismo desde lo anímico-espiritual y nos llevan desde lo espiritual –donde morábamos antes de nacer– hasta lo físico –donde ahora tendremos que vivir por un tiempo–-. Es la época de las exigencias kármicas, es decir, el momento en el que la tercera jerarquía se encarga de poner en el ser humano lo necesario par asu desarrollo en esta vida, dependiendo de su grado de vinculación al mal en la anterior. Lo que ángeles, arcángeles y principados coloquen ahora en el individuo determinará su desarrollo espiritual en la vida presente.
Desde los catorce años hasta los treinta y cinco –siempre de forma aproximada– tiene lugar la influencia de potestades, virtudes y dominaciones, es decir, de la segunda jerarquía. El hecho de que estos seres comiencen a actuar sobre nuestra vida a los catorce años implica que durante el periodo que se corresponde más o menos con la adolescencia nos encontramos bajo la influencia de dos de las jerarquías celestiales, es decir, de seis tipos de seres espirituales. Esta segunda jerarquía se encarga de ayudarnos en la creación y el desarrollo de las fuerzas cósmicas en nuestro interior, lo que viene a coincidir con el momento en que el ser humano está preparado para procrear. Potestades, virtudes y dominaciones, que son los seres de esta jerarquía, tienen su morada en el Sol y actúan sobre nosotros a través de todo lo iluminado.
Por último vemos el periodo comprendido entre los veintiocho años y los cuarenta y nueve, momento en el cual nos encontramos acompañados y arropados por la primera jerarquía –serafines, querubines y tronos, los seres más elevados del mundo celestial–. Ellos nos ayudarán en la importante y difícil tarea del cumplimiento kármico; ha llegado el momento de saldar las cuentas con las exigencias kármicas de las que hablábamos en el primer periodo, y los seres de la primera jerarquía estarán ahí para guiarnos. Como ocurrió en el periodo anterior, hay un intervalo de tiempo –comprendido entre los veintiocho y los treinta y cinco años– en el que nos hallamos bajo la influencia de dos jerarquías, la segunda y la primera.
¿Y qué ocurre más allá de los cuarenta?, se puede preguntar el lector. No es que llegado el medio siglo de vida las jerarquías celestiales nos abandonen a nuestra suerte y dejen de pronto de velar por nosotros; lo que ocurre es que, a partir de esta edad, el ser humano normalmente ya tiene totalmente formados todos sus cuerpos –físico, etérico y astral– y su posterior desarrollo kármico y espiritual dependerá de sí mismo mucho más que antes, los seres humanos gozamos de mayor libertad e independencia llegados a este punto, aunque las jerarquías continúen cerca de nosotros en todo momento.
Un ángel de la tercera jerarquía, por ejemplo, continúa a nuestro lado hasta el final de nuestros días, nos acompaña, guía y protege cada día de nuestra vida; es lo que llamamos “el ángel custodio” –al que ya nos referimos antes con el nombre de “ángel de la guarda”–, y está presente en todas las épocas de nuestra existencia. Todo esto puede perfectamente sosegar nuestras almas al darnos cuenta de que, a lo largo y ancho de ese decurso que llamamos “vida”, en el que tantos momentos buenos y malos parecen poner a prueba nuestra capacidad de resistencia y a veces incluso de supervivencia, no estamos solos.
Mientras dormimos…
Dada la naturaleza de cada una de las jerarquías celestiales, distintos seres trabajan sobre nuestros cuerpos mientras dormimos; unos actúan sobre los cuerpos que quedan en el lecho, mientras que otros lo hacen sobre los que se desprenden de éstos para visitar los mundos espirituales –nos referimos al astral y al Yo–.
Ángeles, arcángeles y principados trabajan pues sobre nuestros cuerpos físico y etérico en el momento en que nos quedamos dormidos, y lo hacen cuidando de los frutos del pensamiento del día, es decir, su campo de trabajo está compuesto por los pensamientos que hemos tenido durante el día y el resultado de éstos en el mundo espiritual. Es por ello que lo que pensamos durante la jornada resulta mucho más importante de lo que en principio se pueda creer, ya que no es igual para los seres de la tercera jerarquía manejar los frutos de pensamientos negativos, destructivos y pesimistas que hacerlo con pensamientos positivos, ideas constructivas y gratificantes, y optimismo.
En cuanto a las restantes jerarquías, la segunda y la primera, trabajan con nuestro cuerpo astral y nuestro Yo mientras dormimos, ya que se encuentran en un nivel más elevado, que es a donde nuestros cuerpos superiores viajan cada noche en el momento del sueño, donde se reencuentran con potestades, virtudes y dominaciones, serafines, querubines y tronos. Al no poseer estos cuerpos un tipo de conciencia que seamos capaces de reconocer y descifrar con los otros cuerpos, cuando despertamos y el cuerpo astral y el Yo se reintegran, no somos capaces de recordar conscientemente el contacto que tuvimos con las jerarquías celestiales. No olvidemos que los recuerdos conscientes se almacenan en nuestro cuerpo etérico y éste se quedó cerca del lecho junto con el cuerpo físico cuando entramos en el sueño.
Nuestro lugar entre las jerarquías
Lo que aquí se ha tratado de describir y explicar o, al menos, de acercar mínimamente a nuestra comprensión como seres humanos encarnados, es la forma en que los seres espirituales nos cuidan, protegen y guían en nuestra evolución. Pero muchos se pueden preguntar por qué, o hacia qué destino nos guían y encauzan estos maravillosos seres de luz. La respuesta es que estamos destinados a ocupar el décimo lugar de las jerarquías, a formar parte de su mundo celestial. Es a ese destino al que nos dirigimos, el que el plan divino ha preparado para nosotros y por lo que es tan importante nuestra evolución espiritual.
Hay que tener en cuenta que esto no significa que estemos llamados a convertirnos en ángeles; los ángeles nunca han sido humanos y los seres humanos nunca serán ángeles, seremos seres espirituales al igual que ellos. Cuando consigamos llegar a este punto, seremos nosotros los encargados de guiar y proteger a los seres de la siguiente encarnación de la Tierra, tal y como ahora el resto de las jerarquías hacen con nosotros. Y tal vez algún día esos nuevos seres, perdidos e inermes ante el desconocimiento del porqué de su existencia, miren más allá de sus sentidos preguntándose si hay alguien ahí afuera para escucharles, para guiarles y protegerles, sin saber a ciencia cierta que, desde un mundo cercano, nosotros creemos en ellos.